Hay días en los que salir de la cama se siente como escalar el Everest con chancletas. Entre el trabajo, WhatsApp que no para de sonar, el “¿qué vamos a comer hoy?” y maratones de series, la salud mental puede perderse como un calcetín en la lavadora. Es en momentos así donde muchos buscan apoyo y piensan en ese centro de psicología Pontevedra que alguien recomendó en una sobremesa. Porque, seamos sinceros, todos llevamos un caos organizado por dentro, y por mucho que lo ocultemos bajo la alfombra, tarde o temprano tropezamos con él.
La imagen de “psicólogo = diván + gafas+ libreta” por suerte va quedando atrás como esos pantalones acampanados que alguna vez amamos. Hoy en día, acudir a estos profesionales es tan habitual como ir al fisio cuando duele la espalda o buscar un tutorial de YouTube cuando falla la cafetera. Subestimamos el poder de una conversación bien enfocada hasta que, en plena sesión, soltamos ese “nunca lo había pensado así”, acompañado de una epifanía. Y no, no hace falta estar “loco” para buscar ayuda; solo ser humano.
En ciudades como Pontevedra, la oferta de servicios especializados ha crecido tanto como las cafeterías de moda. Es cierto que todavía hay quien prefiere mantener en secreto su cita con el psicólogo, como si confesara que le pone piña a la pizza. Pero lo que antes era tabú ahora empieza a estar de moda cuidarse por dentro y por fuera, siendo igual de cool meditar que hacer crossfit. Los profesionales del sector han entendido que una mente relajada necesita flexibilidad de horarios, terapias actualizadas y un trato personalizado que haga sentir a cada persona especial, no simplemente un número más en la agenda.
A nadie le enseñan a manejar el estrés de dejar los tuppers preparados para toda la semana, a conciliar el insomnio provocado por la póliza del seguro o a lidiar con ese jefe digno de un “reality” de supervivencia. Por eso, confiar en un experto que escucha, guía y acompaña puede ser el cambio de juego que nunca supiste que necesitabas. De esas conversaciones surgen estrategias prácticas, herramientas para la vida real y, lo más importante, un espacio seguro donde quejarse sin miedo a ser juzgado. Si vas a un fisioterapeuta porque te duele la espalda, ¿por qué no acudir también cuando lo que pesa es la mente?
Las rutas hacia el bienestar son tan variadas como los sabores del helado en verano. Algunos encuentran alivio en la terapia cognitivo-conductual; otros descubren el mindfulness o se reconcilian con su pasado mediante terapias emocionales. Lo importante es saber que existen caminos que no incluyen abandonar el país o adoptar siete gatos (aunque esa última opción es válida y reconfortante). El primer paso, sin embargo, suele ser el más complicado: reconocer que, por mucho que nos digamos “yo puedo solo”, un poco de ayuda nunca viene mal. De hecho, suele ser el paso más valiente de todos.
Lo cierto es que la salud mental ha dado el salto del susurro en la cocina a las conversaciones de barra de bar y grupos de WhatsApp. Ya no es solo para quienes atraviesan una crisis: es para quienes quieren optimizar su vida, llevarse mejor con amigos, pareja o consigo mismos, y tomarse en serio la idea de vivir, no solo sobrevivir. Cada vez más personas acuden a un centro de psicologia Pontevedra porque han entendido que el bienestar emocional no es lujo ni capricho, sino un acto necesario. Y si aún quedan dudas, basta comparar la sensación después de una buena sesión con la de estrenar sábanas: todo parece más cómodo, fresco y acogedor.
Hace poco, un conocido relataba cómo al explicar sus razones para ir a terapia recibió uno de esos silencios incómodos en los que parece que todo el mundo está calculando el importe del carrito online. Pero basta ver cómo ha dejado de perder la paciencia en los atascos o cómo afronta las charlas familiares con más humor y menos resignación para comprobar que vale la pena invertir en uno mismo. Así, quienes apuestan por cuidar su mente entienden que al final, la vida va de sumar herramientas, no pesos. Acudir a un espacio profesional no es una señal de debilidad, sino uno de esos trucos secretos para que la maquinaria interna funcione con menos chirridos y más suavidad. Que, dicho entre nosotros, nunca viene mal en estos tiempos vertiginosos.